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El nuevo cine portugués de los años 60

Si hay que señalar una obra que refleje el movimiento y la actitud de reflexión sobre la necesidad de la existencia de un tipo distinto de cine ésta ha sido Don Roberto, de Ernesto de Sousa (1921-1988), rodada en 1962 con fondos de la Cooperativa del Espectador. La película sobre la vida poco más que miserable de un artista de calle, es todavía rehén de ciertos convencionalismos y de un neo-realismo dependiente de personajes-símbolo. Sin embargo, existe en el filme una franqueza y una sensibilidad que lo aleja del pobre panorama del cine portugués de la época. Lo mismo podría decirse de Pájaros de alas cortadas, que Arthur Ramos dirigió un año después, a partir de un argumento del escritor poco apreciado por el poder, Luís Francisco Rebello, película en la que se ponía en el objetivo, si bien algo convencionalmente, el conflicto generacional.
1963 se convertiría en año de referencia para el cine portugués gracias a Verdes años, primer resultado de la inversión de Antonio Cunha Telles en un nuevo -o, al menos diferente- tipo de cine. Cunha Telles había dirigido en 1961 el Estudio Universitario de Cine Experimental de la Juventud Portuguesa , institución que con su pomposo nombre oficialista hace pensar que vehicularía las ideas sociales y artísticas próximas al régimen, mas al contrario, fueron muchos los jóvenes que pasaron por la institución con una idea de cortar con el convencionalismo del cine que se venía haciendo. Al fundarse “Producciones Cunha Telles”, muchos de los nuevos cineasta tuvieron la oportunidad de trabajar con técnicos franceses en producciones rodadas en Portugal y también la oportunidad de rodar sus propias películas, con claras influencias de la nouvelle vague francesa. Verdes Años de Paulo Rocha, llevó a la pantalla una vez más el conflicto entre el campo y la ciudad, sólo que en está ocasión sin el toque melodramático tradicional.

Un año después se estrena Belarmino, de Fernando Lopes, rodada a modo de reportaje, de forma absolutamente innovadora en el panorama cinematográfico portugués, al mostrar una Lisboa marginal con el pretexto de una entrevista a una de las figuras más populares de la bohemia de la ciiudad, el ex-púgil Belarmino Fragoso.
En 1963 Manuel Guimarães en una producción de Cunha Telles , realiza con gran dignidad profesional una adaptación de la pieza de Bernardo Santareno (1924-1980) El crimen de Aldea Vieja. En 1965 Antonio Macedo firmará otra adaptación de la novela de Fernando Namora (1919-1989) Domingo por la tarde, alcanzando cierto éxito comercial.
En términos comerciales este “nuevo cine” se encontraba muy lejos de atraer al gran público, que se volcaba ahora en producciones protagonizadas por “vedettes” popularizadas por la televisión. Casi siempre eran obras de tramas poco elaboradas, que no requerían grandes esfuerzos interpretativos y que servían de pretexto para el lucimiento musical de sus protagonistas, los cuales tampoco aportaban ningún valor de calidad al panorama musical portugués. Un ejemplo es la película Una hora de amor de 1964, protagonizada por Antonio Calvario y Madalena Iglesias, dos cantantes cuyo éxito fue tal que continuaron protagonizando este tipo de cintas durante casi una década más.
Por lo demás, se trataba de realizaciones de corte idéntico al que por entonces se producía en paises como España, Italia o Alemania, alcanzado, de hecho, un considerable éxito entre el público.

Después de Las Islas encantadas de 1965, del luso-francés Carlos Vilardebó, con una excelente interpretación de Amalia Rodrígues, (que por entonces todavía no cantaba) y de Cambiar de vida de 1966 , de Paulo Rocha, sobre la problemática del alejamiento que las guerras coloniales y la emigración producía, la productora de Cunha Telles entró en bancarrota y el futuro del cine más socialmente comprometido se vio gravemente afectado.
En 1970 se constituyó el Centro Portugués de Cine, una suerte de cooperativa de cineastas, auspiciado por la Fundación Gulbenkian y bien tolerado por el régimen, en aquel momento presidido por Marcelo Caetano (1906-1980). Para el inicio de la década ni siquiera los melodramas musicales atraían al público, de manera que el Centro Portugués de Cine tomó las riendas de la industria y comenzó a producir películas para dinamizar el mercado. La primera producción fue El pasado y el presente de Manoel de Oliveira , en la que destacan unos diálogos de corte absurdo, que una interpretación muy afectada se harán corresponder al mundo fútil y vacío que viven los personajes.
Las cintas que la siguieron tampoco lograron encandilar al público en general, si bien transmitieron un mensaje claro de la incomodidad de una sociedad desfasada en relación al resto de Europa, marcada por una represión más o menos visible para aquellos que se mostraban críticos a los “patrones oficiales”. Esto queda de manifiesto, por ejemplo, en El recado de José Fonseca e Costa , o Perdido por Cien de António-Pedro Vasconcellos, películas, que como otras de este periodo, se presentaron a festivales de cine internacionales. Resulta curioso destacar que el “Nuevo cine” fue conquistando paulativamente al régimen, a través de los premios oficiales que otorgaba la Secretaría de Estado de Información y Turismo, lo que hacía que no pudiera ignorar producciones completamente alejadas de os parámetros que más habrían agradado al gobierno.
Mientras, la ley nº 7/71 va a sustituir a las anteriores, trayendo consigo la creación de un Instituto Portugués de Cine, que además también otorgará subsidios a cineastas claramente en oposición al régimen. En este caso, la Censura se encargaría de eliminar todo lo que fuesen críticas demasiodo evidentes a la situación política, lo que se traducía en que muchas veces los argumentos de las películas resultasen incomprensibles. A esto se sumaba la habitual falta de recursos financieros para producir películas, lo que obligaba a muchos cineastas a verter todo su torrente creativo en una sola cinta, recurriendo a símbolos no siempre de fácil descodificación y que hacían la película poco llamativa para el público en general.
En otros casos, se recurría a propuestas a nivel meramente estético, si bien a veces de alto calado, como Una abeja en la lluvia, adaptación de la novela homónima de Carlos de Oliveira (1921-1981), realizada por Fernando Lopes, que huían de lo que las películas americanas , las de mayor aceptación y éxito, habitualmente mostraban.



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